“Los huesos de José”
“Y José dijo a sus hermanos: Yo voy a morir; Dios se ocupará de vosotros y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob. Y hizo jurar José a los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos.”
Génesis 50:24-25.
- Muchas veces me han venido a la memoria estos dos versículos de la Biblia ante la reliquia de san Felicísimo en la “Iglesia de la Pasión”, conocida popularmente con el nombre del Mártir: Santuario de San Felicísimo.
- Los santos hoy no están en alza. No son un tema interesante para que nos ocupemos de ellos. En otro tiempo creíamos que ellos se ocupaban de nosotros y los alzamos como santos Patronos de nuestros pueblos, y en su memoria descolgamos, aún hoy, nuestras fiestas. De las reliquias de los mártires estamos en el mismo declive de su devoción; hay mucho, que hablar. O mejor, hay mucho que escuchar en el silencio de los huesos o reliquias de mártires, con frecuencia anónimos, de la primitiva Iglesia. Hay mucho que recuperar y lecciones importantes que aprender.
- Aprecio los datos que hoy nos ofrecen las diversas ramas de la arqueología, la antropología, la historia, la medicina, etc., en este tema de las reliquias de los mártires expuestas a nuestra veneración. Al principio tuve la sensación de introducirme en una tierra prohibida; quizás la curiosidad me empujó a seguir hasta que aprendí a escuchar en el silencio palabras crípticas esenciales sobre el sentido de la vida. Lo que me parecieron sombras de muerte eran señales en la bruma. Donde al principio me parecía escuchar el sonido de la piqueta que destruía la devoción a los santos me ha llevado a admirarlos más y con más devoción y respeto.
- Miro los datos que me ofrece el positivismo de la ciencia. Como una fotografía plana, la ciencia me ofrece datos planos; pero son el corazón y la mente quienes nos hacer ver y escuchar más allá la verdad de las cosas. Una mirada y oído atentos se me muestran como testigos de
UNA FE-ESPERANZA-AMOR Y UNA LIBERTAD
QUE NO LA QUEBRARON NI LOS HALAGOS NI LA MUERTE.
Mario Melgosa, C.P.