San Felicísimo

En el periodo de las últimas persecuciones a la Iglesia cristiana durante el imperio romano, un joven, cuyo nombre no ha llegado hasta nuestros días, surgió para dar testimonio de nuestra fe a todo el mundo pagano pagando la defensa de la fe con su propia vida siendo martirizado hasta morir.

Después de su ejecución, algunos cristianos acudieron al lugar del suplicio y se acercaron reverentes al sagrado cuerpo del mártir para enjuagar con lienzos la sangre bendita que salía de su mortal herida. Exprimieron después los lienzos para llenar una ampolla, que es la que hoy se encuentra en la urna del santo.

Este joven fue sepultado en el cementerio de san Hipólito, propiedad de la noble y santa Matrona Ciriaca. Recibió sepultura en una de sus bóvedas, denominadas Catacumbas Tiburtinas, que se encontraba contigua a la tumba de san Lorenzo.

Practicando unas nuevas excavaciones de la Roma subterránea, el 28 de enero de 1830 fueron providencialmente descubiertos los venerados restos del joven mártir. Así lo atestiguan las Letras Auténticas del Vicario General de Su Santidad y cardenal de la Iglesia, Don Plácido Zurda, que obran en el Archivo del Vicariato de Roma. 

El papa Pío VIII dio un nombre teológico al cristiano anónimo, escogiendo el nombre de San Felicísimo.

Las reliquias de san Felicísimo fueron convenientemente depositadas en una caja de madera recubierta de papel de color, la cual después de ser clausurada y precintada con vendas de seda roja y consignada con sus sellos, fué regalada al abogado romano Antonio Laurentini, facultándole para custodiarla en su propia casa o para donarla a quien él quisiera, e incluso exponerla fuera de Roma a la pública veneración de los fieles en cualquier iglesia, oratorio o capilla.

Sentía sin duda el señor Laurentini vivas simpatías por los religiosos pasionistas, y como deseaba que san Felicísimo recibiera la mayor veneración posible, proyectó hacer la donación de las reliquias del santo mártir al Padre General de los pasionistas, Bernardo Silvestrelli, para ofrecerlas al culto público en alguna de las iglesias de la Congregación.

La comunidad de Deusto, primera de las cuatro comunidades pasionistas fundadas en España (Deusto 1879, Peñafiel 1882, Angosto 1885 y Mondoñedo 1885), fue la agraciada para recibir y exponer a la devoción pública las reliquias de san Felicísimo.

Leemos en la “Crónica del Convento de Deusto”, fechada el 13 de mayo de 1886, la reseña en una nota lacónica del evento: “El 13 de mayo nos llegó de Roma el Cuerpo Santo del Mártir San Felicísimo, que desde muchos meses esperábamos. Se hizo muy felizmente ese traslado, primero por ferrocarril hasta Marsella, y después al vapor de la Compañía Vasco-Andaluza de los señores Ybarra de Sevilla, quienes por intervención de su primo D. Gabriel Ybarra, nada quisieron cobrar de la monta del flete, considerándose bastante pagados con el honor de haber recibido en sus navíos la tan preciosa reliquia. Tales inspiraciones sólo la fe puede inspirar y el cielo recompensar”.

Ya en el transcurso de dicho viaje San Felicísimo realizó su primera intercesión para que se realizara un milagro. Un fuerte temporal sorprendió al barco Itálica, de la naviera Vasco-Andaluza que trasladaba los restos de nuestro santo. Ante una muerte segura, el capellán del barco llamó a la conversión e impartió la absolución general a todos los pasajeros. Recordando el capitán del Itálica que viajaba en el barco tan ilustre pasajero, San Felicísimo, invitó a todos a rezar e invocar la intercesión del Santo. Así, acto seguido, amainó de repente la tempestad.

Con fecha 23 de mayo sigue la nota de la “Crónica del Convento de Deusto”: “El domingo de dicho mes de mayo fue colocado el cuerpo del santo debajo del Altar Mayor; y se celebró, en esta ocasión, una solemne función a la que acudió un numeroso gentío de Bilbao y otros pueblos”.