Las Joyas más valiosas de un santuario

La salud de una Iglesia no se mide por las aclamaciones de la “turba multa”, por las masas que congrega. Si a las cifras vamos, contemos más bien el número de sus mártires, de los que entregan la vida por sus hermanos. 

La salud de una Iglesia no se mide por los documentos que emite, sino por la misericordia que prodiga; no por el número de sus filósofos o científicos, sino por los hombres –filósofos o no, científicos o no- testigos de la sencillez y el amor evangélicos.

Estas cosas recordaba yo junto a las reliquias del mártir san Felicísimo, a quien la historia lo sepultó en el anonimato; pero Dios lo resucitó del olvido. Porque hasta del nombre le despojaron a nuestro mártir. Cada vez me admira más este anonimato de quien luego la Iglesia llamará san Felicísimo: porque él me recuerda a todos los hombres y mujeres buenos de todos los tiempos que calladamente ha ido entregando su vida, o violentamente asesinados, y a quien ni las revistas ni la historia dedicaron jamás una página.

San Felicísimo es un nombre pascual que apunta al final de ese vía crucis de quien ha entregado su vida; y todos los creyentes sabemos que la Pascua ilumina muchos días oscuros y alienta para seguir haciendo camino.

  • Cuando observo extrañado la devoción que la gente tiene a san Felicísimo me pregunto si no será la misma comunión en el dolor lo que está creando esta devoción. De hecho, la acción de gracias se expresa constantemente junto a la urna del mártir. Quienes estamos cerca sabemos que este nombre, SAN FELICÍSIMO, salpica Pascua; es decir, esperanza y gracia.
  • Cuando observo a las madres con sus pequeños yo no sé lo que ellas, desde su corazón, piden a Dios para sus hijos; pero yo recuerdo lo que dice la bendición del Santo: “Que nadie destruya su mente con el error ni malogre su corazón con la malicia”.
  • Cuando observo a los enfermos me parece escuchar esa oración sentida y dolorida de quien desde lo hondo de su ser grita al cielo…

Dime a quién admiras y te diré quién eres. La admiración a los mártires es importante para tiempos flojos. Sin haber ido por ello le preguntan a uno por su fe, su esperanza y su amor.

El culto a los mártires fue el primer culto a los santos. San Felicísimo es un cristiano mártir de aquella Iglesia fuerte de las catacumbas.