- Jeremías 20, 7-9
- Romanos 12, 1-2
- Mateo 16, 21-27
1ª Lectura. El profeta se siente engañado:
“Me sedujiste y yo me dejé seducir; me forzaste y me pudiste”. Mi vida contigo, la misión que me encomendaste ha sido una cruz constante: nadar contracorriente, decir palabras que a nadie gustan; no ceder ni un milímetro al discurso populista y demagógico; ni al halago de reyes, ni de sacerdotes, ni del pueblo… es demasiada cruz. Lectura: “Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar violencia; proclamando destrucción. La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día”.
- El profeta reza con un grito sincero y espontáneo: “No me acordaré de él; no hablaré más en su nombre”. Una lindeza.
- Pero Jeremías está tan adherido a su Dios que no puede callar, por decirlo en números: su cruz es de 100; su amor de 200. Con este amor se puede superar esa cruz. Lectura: “Pero su palabra en mis entrañas era fuego ardiente encerrado en mis huesos; intentaba contenerlo y no podía”. (Cuántos hombres cansados… políticos… sacerdotes… mandarlo todo a… Como el amor de una madre…).
- Cuadros clínicos aparte, la soledad, los enfrentamientos, son cuestión de amor y desamor.
Evangelio.
¿Lo recuerdan? Ayudo a recordarlo: “En aquel tiempo… entonces”. ¿A qué vienen estas palabras?, ¿qué pasó en aquel tiempo? Que Pedro, inspirado por Dios, ha hecho una profesión de fe perfecta: como los jóvenes en el día de su confirmación; o el religioso el día de su profesión; o el casado el día de su matrimonio; o el joven sacerdote en su ordenación… ¡Mucha fiesta! Y no es para menos; como las palabras de los novios ante el altar. Hay que partir de que “tú eres todo para mí”.
- Ahora Jesús les aclara las cosas para prevenirles del autoengaño, para que no se equivoquen de mesías ni de sueños de futuro:
- El mismo Pedro, el de la confesión de fe perfecta, movido por el sentido común, le da un consejito a Jesús y algo más; le recuerda algo que cae por su propio peso: Jesús le contesta con un exabrupto, con las palabras más duras, que no se las dijo ni a Judas: “Quítate de mi vista, Satanás”.
¿Qué nos recuerdan estas palabras?
Aquellas que le soltó Jesús al tentador en el desierto (Benedicto XVI hace una exposición clarísima en su libro “Jesús de Nazaret” sobre este capítulo de las tentaciones de Cristo, que son las de la Iglesia).
- Esto no es una anécdota de aquel tiempo. Es un aviso muy serio a la Iglesia de todos los tiempos. El diablo elige y calcula su lugar preferido para introducirse en la Iglesia: la cabeza. ¿Por qué se corrompe la Iglesia, o las congregaciones religiosas, o una comunidad cristiana? Porque han perdido la sabiduría de la cruz; porque han olvidado a su mesías, aunque sigan rezándole y lo envuelvan en nubes de incienso y le ofrezcan gestos de reverencia y adoración.
- Estamos tocando lo esencial del cristianismo; estamos ante el mesías de Dios, cuya grandeza está en dar la vida por sus hermanos, incluso por aquellos que le retiran la palabra y la mirada o le escupen.
- Vuelvo a escucharle a Benedicto XVI: Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. ¿Y dónde lo hemos visto? En la cruz, en el gesto supremo del amor.
- Seguid vosotros escuchando la segunda parte de este evangelio: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo (que no se busque a sí mismo) que cargue con su cruz y me siga”. Tengo que decir que la cruz no irradia noche.
- La fidelidad no es fácil para el hombre en ninguna parte, sea o no creyente, casado o clérigo. La cruz, antes o después, más o menos pesada, se hará sentir. La cruz no solo le viene a uno de fuera (vivir derecho en un mundo torcido): primera lectura. Le morderá como al profeta Jeremías en sus propias entrañas, en su pensamiento y en su corazón. El mal también está dentro de uno mismo; todos vamos tocados por los siete pecados capitales, fuente de todas las amarguras; os los recuerdo: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza.
- Los bienes de esta última parte del evangelio de corteza amarga los puede descubrir cualquiera; despacio, para no pasarlos por alto: cuando un hombre lleva la cruz de su madre enferma, de su prójimo, se asoma un resquicio de cielo; cuando nadie lleva la cruz de nadie, la soledad del infierno (llámenlo como quieran) nos destruye. Apelo a vuestra experiencia.
La segunda lectura:
Es una invitación y un apremio de Dios a hacer de nuestra vida algo muy hermoso: ser ofrenda para los demás.