Domingo XXVIII del T.O. – A / Palabras Amigas, por el Camino del Evangelio – Mateo 22, 1-14

La Palabra de Dios no nos queda como algo de aquel tiempo. Es una fuente de agua viva que sigue manando agua para quien tenga sed y se acerque a ella.

Canto: DIOS NOS CONVOCA, VENID Y ESCUCHEMOS SU VOZ. LA MESA HA PREPARADO, SU PAN ES SALVACIÓN. GRACIAS SEÑOR POR SER TUS INVITADOS.

1. Venid, celebrad la Palabra, Venid, acoged la verdad, y en hermandad cantad la Nueva Alianza.

2. Venid, celebrad la Esperanza, Venid a la cena pascual y en hermandad, cantad la Nueva Alianza.

3. Venid, celebrad la Victoria, Venid, renovad la amistad y en hermandad cantad la Nueva Alianza.

Lecturas: Isaías 25, 6-10ª; Filipenses 4, 12-14. 19-20; Mateo 22, 1-14

Empiezo por aclarar las últimas palabras de la parábola, que en lugar de evangelio parece una salvajada. Cualquier corazón sensato se rebela contra este proceder, y donde la misericordia de Dios queda por los suelos (lectura).

Me lo aplico en dos palabras: no se trata de que yo o el obispo estemos revestidos con los ornamentos litúrgicos para la misa, sino que esté revestido del alma de la misa: la reconciliación, el servicio a los hermanos, la experiencia de Dios Padre…

Mateo repite los destinatarios de la parábola (es ya el tercer domingo), gente de categoría: los sumos sacerdotes y el senado. Rechazo incluso violento, como el domingo pasado.

Las lecturas revelan el futuro que Dios ha preparado al hombre. Es la profecía mesiánica: la Vida triunfa sobre la muerte. Dios enjugando las lágrimas del hombre, como un padre, como una madre. La mesa eucarística tiene que ver mucho con esto, signo del sueño de Dios: sentarnos a todos los hombres a su mesa. La puerta está abierta a todos sin excluir a nadie, a ningún hijo pródigo.

El profeta y Jesús nos explican lo que arde en el corazón de Dios, la fiesta para sus hijos. Llama a todos, a los que nadie invitaría ni a un bocadillo y menos sentaría en su mesa, a los excluidos. Recordamos a Jesús comiendo y bebiendo con pecadores, dando de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos. Él nos regala el vestido –todo es gracia- la fraternidad, la justicia, el perdón, la reconciliación que podemos vestir o no vestir.

La eucaristía se nos ha dado como adelanto para gustar la fraternidad universal, la mesa de Dios. Dios es un Dios que invita. Nos pone delante la oferta: venid a la fiesta.

Espera una respuesta afirmativa, que se empeña en llenar la mesa, que vengan los hijos. Sus invitaciones llegan constantemente hasta nosotros a través de todos los medios y acontecimientos. Pero el hombre prefiere sus fiestas, prefiere volver a sus trabajos gananciosos.

Una parábola dicha con intención. Podemos titularla la parábola de las excusas. Estar con vestido de hijos, celebrarlas con un corazón eucarístico, de perdón de desvivirse por los demás, de reconciliación, de servicio hasta lavar los pies a nuestros hermanos.

Si ahondamos un poco más acaso descubrimos algo más grave: que la oferta de Dios no nos interesa (evidentemente no lo digo por quienes habéis descubierto agradecidos el don de la fe y la cultiváis en la participación de la misa fuente y cumbre de la vida cristiana); estoy describiendo el desafecto entre los bautizados hacia lo que a Dios se refiere: que la fe no nos sirve para nada. La cristiandad parece estar aburrida de Dios. El ejemplo no es sólo el de la eucaristía.

En ese final brutal de la parábola hay un punto que nos puede ayudar a mejorar, corrigiendo algunas cosas que nos pueden impedir gozar la eucaristía: el eterno problema de “estar y no estar” o estar en otra cosa de lo que se está (asunto de identificarse con lo cristiano, o de coherencia). El Señor repasa sus comunidades. Y deja un serio aviso.

Ese brutal final también es evangelio, se nos invita a un examen de nuestra respuesta cristiana, a vivir en verdad. Tenemos muchos “Sí, pero No” en bautizos, misas, primeras comuniones, bodas, con alma no cristiana. Así los sacramentos nos hacen daño; se falsean y corrompen.

Creo que si hay un abandono generalizado de la misa -“el sacramento de nuestra fe”-, es porque no se conoce. Porque ¿qué ven o qué mostramos en nuestras misas? Si la eucaristía no lleva alegría y gozo, fuerza y reconciliación y fraternidad y sentido de la vida, con razón dice la gente que no le interesa…

Al final de todos los caminos hay una mesa preparada para todos los hombres: una mesa universal.

Tenemos razones para vivir con tal alegría, que no debiera cabernos en el pecho. Más allá de nuestras fantasías revolucionarias, Dios nos ha preparado un futuro maravillosamente sorprendente. Dios invita: una invitación increíble. Esto se puede empezar a saborear ya aquí.

DIOS NOS CONVOCA, VENID Y ESCUCHEMOS SU VOZ.

LA MESA HA PREPARADO, SU PAN ES SALVACIÓN.

GRACIAS, SEÑOR, POR SER TUS INVITADOS.

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