Domingo XI del Tiempo Ordinario– B / Palabras Amigas, por el camino del Evangelio – Marcos 4, 26-34

Lecturas:  Ezequiel 17, 22-24  – 2ª Corintios 5, 6-10  – Marcos 4, 26-34

¿Habéis tenido una semilla en el cuenco de vuestra mano?

Os invito 1) a tomarla, 2) a maravillaros de su pequeñez y la vida que encierra, 3) a hacer de ella una parábola, una indicación, una alusión que nos habla de otras cosas, de nuestra vida. Que no se nos pase la vida sin maravillarnos vivir despiertos es maravillarse. Con Jesús os propongo maravillaros de la ingeniería genética que encierra una semilla tan pequeña como la cabeza de un alfiler: está dispuesta para que los nutrientes vayan a desarrollar las raíces, el tallo, los pétalos, los aromas… ¡Qué grandiosidad encerrada en lo pequeño!

Alusiones

Así es el reino de los cielos así es la vida que guardan y extienden por los pequeños gestos cotidianos.

  • Miraos al corazón, a vuestra historia personal y a la historia del mundo y en lo pequeño: la palabra buena, el vaso de agua dado a un sediento, la entrega callada de una madre… hace que la vida crezca.
  • Si borrásemos de nuestra historia las pequeñas cosas de cada día, nos quedaríamos vacíos de vida (recuerdo la paz y la risa que he visto florecer en hogares sencillos y en mesas pobres). 
  • La vida es un tejido de pequeños encuentros y decisiones que nos van dirigiendo en una u otra dirección. Es una pena que no sepamos admirarnos de los pequeños gestos y cosas cotidianas; así nuestra vida se vuelve demasiado rutinaria. 
  • La parábola es una imagen muy sugerente, apunta a la gratuidad, a la responsabilidad y a la vigilancia. Cada uno podemos percibirla y sentirnos aludidos por ella, según nuestra situación actual. Sólo el que quiere escuchar, escucha.  

Por ejemplo: la palabra de Dios es como una semilla… Si nos dejáramos trabajar por ella…

La semilla tiene un principio: que todo lo convierte en bien

Los fríos, el calor, hasta el estiércol, los vientos… todo sirve para su crecimiento. Recuerdo que decía san Pablo: “Todo puede convertirse en bien”. Recuerdo a Jesús, su vida… y todo; hasta su aplastamiento final le sirvió para crecer. Recuerdo a enfermos y perseguidos… crecidos en la desgracia.

  • Ya nadie, por pequeño que sea, por poca cosa en que se tenga, debiera despreciarse, recuerdo al pueblo hebreo. Recuerdo la grandeza de María en su humildad de sufrida nazarena. Recuerdo la grandeza de tantas vidas de apariencia pobre o despreciable…      

Una parábola que nos sosiega

Nos descorazonamos porque quisiéramos ver cómo crece y grana lo que vamos sembrando lo nuestro es sembrar. Ya florecerá tampoco Jesús vio florecer lo que sembró… y cuántas impaciencias nos puede curar esta parábola y ayudar a sembrar pequeñas acciones, palabras buenas…

  • No es legítimo esperar cosecha si no se ha trabajado, arado el campo y sembrado. 
  • La parábola de hoy nos recuerda otras dos que pueden completar muy bien el proceso de la semilla desde la siembra a la siega: requiere vigilancia, cuidados y nutrientes.
  • Cada ser humano es como un campo sembrado buenas semillas que pujan por dar su fruto; también en mi campo hay cizaña. Pero la vida es más fuerte que la muerte.

La segunda lectura es la confesión de un cristiano caminante: El cristiano es el hombre crecido fuerte en la esperanza que le nace de su fe. 


                    Y tú, qué piensas

¿Cultivas los detalles?


Cuentan que un joven paseaba una vez por una ciudad desconocida, cuando, de pronto, se encontró con un comercio sobre cuya marquesina se leía un extraño rótulo: «La Felicidad». Al entrar descubrió que, tras los mostradores, quienes despachaban eran ángeles. Y, medio asustado, se acercó a uno de ellos y le preguntó: «Por favor, ¿qué venden aquí ustedes?» «¿Aquí? —respondió en ángel—, aquí vendemos absolutamente de todo». «¡Ah! — dijo asombrado el joven—, sírvanme entonces el fin de todas las guerras del mundo; muchas toneladas de amor entre los hombres; un gran bidón de comprensión entre las familias; más tiempo de los padres para jugar con sus hijos…» Y así prosiguió hasta que el ángel, muy respetuoso, le cortó la palabra y le dijo: «Perdone usted, señor. Creo que no me he explicado bien. Aquí no vendemos frutos, sino semillas.» (J.L. Martín Descalzo)

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