Domingo XIX del T.O. – A / Palabras Amigas, por el Camino del Evangelio – Mateo 14, 22-33

  • 1 Reyes 19,9a 11-13a 
  • Romanos 9, 1-5 
  • Mateo 14, 22-33
  • Jesús se ha separado de los discípulos, los deja solos. 

– Después del episodio de la multiplicación de los panes, todos se han sentido con gozo y ahora los deja solos; tampoco va con ellos en la barca. Tres detalles: la barca sacudida por las olas, los vientos contrarios en la noche y en un mar embravecido. El evangelista ha pintado un paisaje exterior, reflejo del paisaje interior, de lo que ocurre en la mente y en el corazón de cada persona y, más en concreto, de todos los llamados (sacerdotes, religiosos, laicos) a colaborar en las tareas del Reino. 

– Los apóstoles van a descubrir que también ellos llevan dentro la duda, el miedo, y van a sentir la necesidad de invocar la presencia salvadora de Jesús (del amigo que puede salvarles).

-¿No veis en esta narración algo de vuestra propia experiencia humana-cristiana? 

-¿Nunca ha sido puesta a prueba vuestra fe? 

-¿Nunca sentisteis el cansancio de vivir contracorriente, de perdonar setenta                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              veces… de seguir invocando a Dios llamándole confiadamente Padre, aún cuando solo sentíais su ausencia?

  • En la noche, en el desamparo, unas palabras:

– “No temáis”. ¿De verdad estará ahí Dios en la noche y el desamparo? ¿O será una autosugestión? Y Jesús les ofrece un signo; pero extraño, una apuesta: ven, camina sobre las aguas. Como en otro tiempo vuestros padres caminaron sobre las arenas movedizas del desierto. Es una apuesta fuerte. Continuarán los vientos.

– Ahora llega la experiencia radical, desgarradora. La experiencia de hundirse: y el grito desde esa pobreza radical: Señor, sálvame. (No hay rutina, se reza con toda la fuerza).

– La respuesta: Jesús extendió la mano y lo agarró, lo libró del hundimiento.

– Y viene la confesión de fe, una fe renacida de la prueba, como la de Jesús. La fe aparece aquí y en todos los relatos evangélicos como un encuentro personal con Dios, no como doctrina.

  • La primera lectura está también en esta línea:

Es la historia de un profeta a quien le ha llegado la hora de la prueba. El gran profeta Elías se siente profundamente cansado, aislado, frustrado en su misión. Después de los días que sintió con fuerza la misión de Dios, ahora se descubre sin fuerzas. Su vida y su tarea se le aparecen sin sentido: desea morir

– Lo que comenzó como un camino de huida para Elías resultó un camino de encuentro. Esta página es grandiosa. Antes o después, el hombre de Dios, el creyente y todo hombre honesto, sentirá el cansancio como Elías; la duda, como Pedro. 


Hay que volver a leer el evangelio despacio, en clave interactiva, que decimos hoy, advirtiendo la presencia de Dios y su palabra para cada uno de nosotros. Solo así, la 

lectura amante del que busca encontrará el agua para su sed, el pan que le da fuerzas para el camino, o la palabra de vida que ponga luz en la duda. Miles de hombres y mujeres nos han precedido y su testimonio nos muestra el camino de la fe en la noche y el cansancio. 


Por tres veces ha sentido Elías en este trance que “allí no estaba el Señor”. No estaba en los elementos clásicos de las teofanías o manifestaciones de Dios: ni en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni en el fuego; pero sí estaba en la suave brisa. En esa brisa que sólo se percibe cuando hacemos silencio; en la brisa de cada tarde, en lo sencillo de cada día.

  • Jesús nos dice con claridad dónde le vamos a encontrar a Él: 

En los que tienen hambre y sed; en los que tienen problemas de extranjería; en los que no tienen para vestir; en los enfermos. – ¿No habremos olvidado el capítulo 25 de san Mateo que no admite arreglos?: “Cada vez que lo hicisteis…”  

¿Dónde lo encontraremos?En el que habla y lucha por el bien de los hombres, sus hermanos, por la paz de los pueblos, por la justicia, la verdad… allí está Dios. Ésta es una de las afirmaciones más rotundas e importantes: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo”. Por eso el lugar privilegiado es la eucaristía, donde reunidos en su nombre escuchamos su palabra y nos alimentamos de su vida; donde los hombres aprendemos a llamarnos hermanos porque ha revivido en nosotros la conciencia de Dios como Padre nuestro, fundamento de la fraternidad.

Publicado en Palabra de Dios.