- Isaías 22, 19-23
- Romanos 11, 33-36
- Mateo 16, 13-20
Una pregunta vital en dos direcciones: sondeo ambiental y personal
- ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
- Y vosotros, ¿quién decís que soy?
– Lucas pone esta pregunta en un contexto de oración. Mateo y Marcos en el camino. Como si hubiéramos de responderla en el silencio, en la verdad del corazón, ante Dios, ante los hombres, donde se juega la verdad de la fe de lo que creemos y somos.
– Es una pregunta que a lo largo del año varias veces nos sale al encuentro. Como si no bastara responderla de una vez para siempre. Hay que mantener y vigilar la respuesta, actualizarla, renovarla, cuidarla: que no digan una cosa nuestros labios y otra nuestro corazón y nuestras obras.
No es una verdad teórica o doctrinal, sino vital, que alimenta la vida, con sus altibajos, su crecimiento y su desgaste.
- Es importante recogerla porque nuestra fe es la fe que nos han transmitido los apóstoles y es afectada por las circunstancias ambientales. -Y tiene implicaciones personales, que nadie puede responder por otro: laico, cura, obispo o papa hemos de responderla con la mano en el corazón. Se tiene la fe que se tiene.
Pedro responde en nombre del grupo: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”.
– Con esta fe vivida, la Iglesia siempre será una Iglesia viva. Aquella escena es hoy protagonizada por cada uno de nosotros, que de alguna manera hemos ocupado el lugar de aquellos primeros discípulos.
- Cada uno sabemos qué lugar ocupan en nuestras vidas las personas que han sido fundamentales en ella: para el hombre o la mujer enamorados, el otro es fundamental, el otro es luz, estímulo vital; sin el otro pierde mucho sentido la vida. La madre sabe perfectamente qué es para su hijo y quién es en su vida; el ejecutivo sabe perfectamente qué es para él su empresa; y el estudiante y el deportista, su meta. Todos sabemos qué es para nosotros aquello que realmente nos interesa o aquello que ocupa un lugar preferente en nuestra vida.
- La pregunta con la que hoy nos emplaza Cristo no pide una respuesta teórica, de catecismo “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios”, sino vital: un acto de fe, de esperanza y amor, que marca la dirección en la vida, como si hubiéramos encontrado un gran amor, el amor definitivo que da sentido a todo. Un amor con sabor a plenitud.
- Creo que es la pregunta fundamental al cristiano, la que afecta a la raíz, al fundamento. Si la respuesta es insegura o débil, el fundamento es inseguro y débil. Estaremos construyendo sobre arena movediza, cualquier viento nos derribará; si es convencida y afecta a nuestra vida, estaremos construyendo sobre roca.
- La verdad de nuestra respuesta puede ser medida por la vida: si escucho su palabra y tiene peso; si despierta razones para vivir; si ocupa mi pensamiento y tiene un lugar en el mundo de mis afectos y mis decisiones…
- Las fuerzas del mal, de cualquier tipo, no pueden con un hombre o una Iglesia para quien Cristo es el centro de su vida: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta…”, sé de quién me he fiado”, o “para mí vivir es Cristo”, decía el apóstol Pablo.
- La pregunta está en el aire; no me vale la respuesta del Papa. Cada uno hemos de recogerla y responderla personalmente. La fe, como el amor, o prende en el corazón y se traduce en vida, o no existe. Uno puede saberse la Biblia de memoria, haber sacado un doctorado en Teología, y no tener fe cristiana.
Podemos, y sería muy bueno, multiplicar la pregunta, recogerla de cada hombre con rostro de emigrante, de enfermo, de anciano, de niño, de alcohólico: ¿quién soy yo para ti? Todos ganaríamos mucho en humanidad. No se puede responder perfectamente a la pregunta de “quién es Cristo para mí”, si no respondo quién es el hombre para mí. La prueba de la fe pasa siempre por la prueba del amor al prójimo. No exagero. Estoy recordando a san Juan cuando nos avisa: “Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso”.
El evangelio de hoy apunta en muchas direcciones… sigan leyendo unos cuantos renglones y observaremos que el diablo -muy razonablemente- trató de meterse en la Iglesia por la cabeza: por Pedro, con la misma tentación que rondó a Jesús en el desierto.
Jesucristo, el Mesías, Sí; ¿pero qué mesías?