Domingo XXIV del T.O. – A / Palabras Amigas, por el Camino del Evangelio – Mateo 18, 21-35

  • Eclesiástico 27, 33 – 28,9
  • Romanos 14, 7-9
  • Mateo 18, 21-35 
  • Si quitamos la compasión y el perdón, el mundo, las relaciones humanas, son un infierno: matrimonios que no se perdonan, amigos… compañeros de trabajo, hermanos, vecinos, grupos…

La compasión es una de las palabras más hermosas y resucitadoras. Ya sé que hemos corrompido su significado, para cubrir con ella otras cosas. Nuestro mundo y las relaciones necesitan hoy urgentemente recuperar la compasión.

La persona compasiva es capaz de meterse en la piel del otro. El hombre compasivo sabe entregarse de corazón, entregar su tiempo, su persona, sus sentimientos… sabe pasar el mal trago del otro, y lucha por sacarle adelante.

El hombre compasivo es el hombre de la gratuidad: la compasión es algo que se da sin tener obligación de darla.

  • Nuestro mundo, cultura, educación, vive una especie de esquizofrenia. Convivimos una especie de dos mundos: el de la insolidaridad, los insultos, las venganzas, la guerra; y el otro mundo, el de la solidaridad, el de la utopía, el del perdón y el abrazo de las personas y los pueblos.    

Nos ha tocado vivir tiempos en que las escenas de… destrucción, muerte, de guerras, secuestros y liquidación del hombre, son el plato frecuente de nuestros telediarios. Cada día nos sorprenden, nos asustan comportamientos humanos inspirados en la violencia, la venganza o el odio. Y ahora, la diabólica (y misteriosa) pandemia, como el despiadado “Saturno” de Goya, devorando a sus hijos.

La venganza es la señal inequívoca de nuestro egoísmo, de que nuestro corazón está cerrado a la luz, de que nuestro horizonte se termina y se cierra en nosotros mismos.

Parece que la violencia es la única manera de resolver los conflictos: no hay ánimo de perdón, sino de venganza; hay más capacidad de aprovecharse de la necesidad del otro, de sacar tajada, que de la negociación integradora… Pero ésta no es toda la verdad de nuestro mundo: hay grupos, movimientos, personas que luchan limpiamente por la reconciliación y la justicia.

  • La educación para la paz pide renunciar a las armas… y algo más. Desarmar la palabra y el corazón, purificar la mente de prejuicios y sembrarnos de pensamientos de paz.
  • Es posible que nosotros no tengamos nunca que hacer un acto heroico de perdón; pero sí es cierto que tendremos montones de ocasiones para ejercitar el perdón; perdonar al que murmura de ti, al que te malinterpreta conscientemente, al que quiere desplazarte del lugar que ocupas, al que se ríe de tus limitaciones, al que te pone zancadillas, al amigo que cuando lo necesitaste te volvió la espalda.

Cuando perdonamos triunfa lo mejor que hay en cada uno de nosotros.

Una sociedad que no perdona va a la muerte. El gran triunfo del hombre es el perdón. Un perdón que, naturalmente, no quiere decir que quede impune la ofensa cuando ésta alcanza la categoría de delito.

Perdonar no es pasividad, debilidad o dejar las cosas como están. Cristo, el hombre manso por excelencia, cogió el látigo; pero no lo empleó contra el hombre, sino contra lo que destruye al hombre.

 – Perdonar no es ignorar la falta o la ofensa o el ataque, sino sacar toda nuestra fuerza humanizadora del corazón el corazón tiene capacidades de bondad insospechadas (Pedro, setenta veces siete). No es posible dar pasos firmes hacia la paz desde la violencia, desde el insulto. El perdón no es sólo liquidación de conflictos pasados. Al mismo tiempo ha de despertar esperanzas y dar fuerzas para un nuevo futuro en quien perdona y en aquel que es perdonado.

El perdón auténtico y verdadero es en su fragilidad más fuerte y eficaz que toda violencia éste es nuestro credo, aprendido cuando miramos al Crucificado. La verdadera paz no se logra cuando unos hombres vencen a otros, el marido a la mujer, o un hermano a otro hermano, o un pueblo a otro pueblo, sino cuando todos juntos tratamos de reconocer y eliminar la agresividad que hemos desencadenado.


Todos necesitamos perdonar y ser perdonados.
Una comunidad habitada por el Espíritu es necesariamente
una comunidad re-conciliada y re-conciliadora.


La actitud de perdonar y el estar necesitado de perdón
pertenece a una gran necesidad de la propia persona humana.

Publicado en Palabra de Dios.