Domingo XXVII del T.O. – A / Palabras Amigas, por el Camino del Evangelio – Mateo 21, 33-43

LECTURAS DEL DÍA: Isaías 5, 1-7; Filipenses 4, 6-9; Mateo 21, 33-43 

¿Nos afectan estas lecturas? Si me pedís concentrarlas en una frase las dejo así: la historia de un gran amor no correspondido. Pero son tan ricos los poemas de Isaías y la parábola de Jesús que desbordan los minutos de una homilía.

Ahí están los frutos amargos, la apropiación de unos bienes (con asesinato incluido) y el juicio sobre una sociedad que rechaza la justicia… ¿Tiene esto algo que ver con nosotros?

He dicho palabras que encierran muchas lágrimas (amor y entrega no correspondidos): padres, esposos, educadores, curas, políticos, sindicalistas, monjas, ancianos que entregaron su vida, que soñaron… y cosechan frutos amargos. Digámoslo más claro; ancianos arrinconados, esposos abandonados, políticos leales marginados, trabajadores despedidos. Qué dolorosa es la historia del amor no correspondido. Quizás alguno de vosotros hayáis llorado este desamor.

El profeta habla del amor de los amores: del amor de Dios no correspondido. Y Jesús, de ese amor de Dios maltratado y crucificado.

El poema de Isaías es una pieza de la literatura universal. Voy a leerlo de nuevo porque no sé decirlo mejor. El poeta, amigo del dueño de la vida, se dispone a cantar un poema de amor que le desborda…

Los profetas acuden con frecuencia a experiencias cercanas de la vida ordinaria para explicarnos el amor de Dios: el apego del labrador a su viña, del pastor a su rebaño, del esposo, del amigo…

Quien ama y se ha entregado espera ser correspondido. Y recoge indiferencia, ingratitud, cuando no un abierto rechazo o enemistad a muerte. Dios ha asumido sufrir esta muerte violenta.

El poema de Isaías va dirigido al pueblo; Jesús -en el evangelio- dirige su parábola a los dirigentes. Este poema y parábola se escucharán hoy en todas las comunidades que celebran la eucaristía, y todas, comunidades y creyentes, somos interpelados. ¿Qué he hecho del amor de Dios? Puedo extenderlo a otros campos del amor y beneficios que he recibido y no he correspondido…

¿Qué fruto espera Cristo de esta comunidad, de esta parroquia? Los que dio él. Los que dan los hombres coherentes con su fe, comprometidos con el reino de Dios: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, posada al peregrino; trabajar por la fraternidad, por la reconciliación…

¿Qué frutos dan nuestras parroquias, nuestras vidas, o hay otros grupos que dan los frutos que el Señor esperaba de nosotros? Un final muy duro: se les quitará a ellos…

Quizás la pérdida de la fe en occidente ande por ahí. ¿No habremos puesto los negocios, el bienestar a costa del amor? Ya Juan nos recordaba que perder la fe es, en primer lugar, perder el amor. Hay muchas cosas que dificultan el amor, por ejemplo, el deseo de tener cada vez más; el ansia imparable de disfrutar lo que se pueda, a costa de lo que sea y de quien sea; el hambre de poder, aún pisando al vecino. De esto todos andamos muy tocados.

En la parábola de Jesús aparece un secreto motivo que no podemos olvidar: “Éste es el heredero, matémosle y nos quedaremos con la herencia”.

Esto es para un forum de Naciones Unidas, para cualquier gobierno o grupo con poder: matar a Dios -para hacer nosotros de Dios- es una tentación muy constante. Y a quien lo de matar a Dios le parezca muy lejano, se lo traduzco: matar al hombre o apropiarse de los bienes del hermano… O liquidar a los nuevos comensales antes de que nazcan, porque no hay para todos, mientras nosotros quemamos alimentos.

Pero no nos quedemos con el sabor amargo de la acusación del juicio que recae sobre nuestras obras. Volvamos a lo más hermoso de esta parábola de Dios que, antes que recriminarnos por nuestras infidelidades, trata de recordarnos que somos amados de Dios. Esto nos ayudará a recuperar el sentido de la vida y de la entrega.

Para no andar con una fe aburrida o insípida o decaída, necesitamos sentirnos amados. A esto viene la palabra de Dios hoy, desde la “Alegoría de la Viña”.

Quien se siente amado es fácil que se abra en comunión, que dé frutos de comunión. Un problema hoy es vivir distraídos, olvidados del amor. Estamos demasiado vueltos hacia nosotros mismos.

Quien quiera hacerse con los frutos de estas lecturas necesita dedicarles tiempo y escuchar. De prisa no se escucha. El evangelio de hoy nos puede ayudar a recuperar lo más importante: el sentido gozoso de la vida, aún con la cruz de cada día.

Publicado en Palabra de Dios.