Lecturas: Hechos 3,13 ss. – Juan 2, 1-5 – Lucas 24, 35-48
El anuncio de Pascua recoge en pocas palabras un acontecimiento que da esperanza y no defrauda: “Jesús, el crucificado, ha resucitado”. No nos habla de ángeles o de fantasmas, sino de un hombre, un hombre de carne y hueso, con un rostro y un nombre: JESÚS.
1. El cuerpo glorioso y llagado
La resurrección de Jesucristo es la resurrección de su cuerpo llagado y glorioso. Jesús Resucitado mostrará las llagas de sus manos y de sus pies y la herida abierta del costado, de la que brotó sangre y agua, símbolos sacramentales y de la misma Iglesia. Los testigos de las apariciones del Resucitado lo verán en cuerpo glorioso y llagado, el mismo cuerpo y, a la vez, distinto. No es un fantasma. Los fantasmas no tienen cuerpo como Jesús Resucitado. Con la resurrección la encarnación y la cruz se hacen definitivas: Jesucristo es para siempre el Dios encarnado y el Dios entregado. Su cuerpo resucitado es presencia definitiva de Dios.
2. Una experiencia real nacida del encuentro con el Resucitado.
(Lectura de los relatos de la Resurrección)
- No es una experiencia subjetiva que nace del desvalimiento y del recuerdo nostálgico.
- Hubo un encuentro real con este grupo de testigos.
- No nace de un estado anímico, sin referencias a la realidad.
- Nace de la certeza de que Jesús está vivo: ellos “los doce” y algunos discípulos se han encontrado con Él.
- Este encuentro disipa su tristeza, su desconfianza, su derrotismo; los transforma.
- Jesucristo no ha resucitado porque creemos en Él. Creemos en Él porque ha resucitado.
- Nuestro conocimiento pascual, como el de los dogmas, se ha de convertir en descubrimiento.
3. Un encuentro que se les impone. Rasgos de esta experiencia:
- El Crucificado se deja ver vivo.
- Un encuentro que afecta al hombre entero;
- El descubrimiento del misterio de Jesús;
- Acontecimiento transformador;
- Llamada a la misión.
4. Algunos relatos de la resurrección:
- Las mujeres vieron la piedra corrida, el sepulcro, la sábana y la mortaja recogidas; pero a Él no vieron.
- La Magdalena, o la búsqueda de Dios: Jesús se presenta de una manera velada, pero estimulante. Dios empieza a hacerse visible por el «deseo». «A quién buscas», «Por qué lloras?». Es la crisis de la ausencia.
- Juan y Pedro. Quién lo descubrió primero. Discernimiento.
- Emaús, o la salvación en los caminos de vuelta. La Escritura, los acontecimientos se sienten de otra manera.
- «Los once» en el Cenáculo, o el valor de la comunidad. Bajo el signo del miedo.
- Las llagas, o la identidad del Resucitado.
- Tomás, o la fe en solitario. No valen las razones.
- El lago de Galilea, o la pesca y la misión.
- Los hechos de los apóstoles, o la andadura de la primitiva Iglesia.
- La Ascensión, o la presencia del Resucitado para siempre.
- El don del Espíritu, o la nueva creación.
Jesús es el «caminante», etc. pero su gesto, su estilo, sus palabras son inconfundibles.
5. En Galilea y el mar de Tiberíades
Los relatos evangélicos de la resurrección aluden a Galilea y al mar de Tiberíades como lugares donde el Señor se habría de manifestar vivo y resucitado. Galilea había sido el microcosmos donde Jesús vivió, predicó, convivió con los apóstoles y discípulos, hizo milagros, anunció el Reino. Galilea es símbolo de la vida y del afán de cada día, de la primera misión apostólica. Galilea será, tras la resurrección, el macrocosmos de la misión universal de los apóstoles. Galilea es ya el mundo entero, la historia y la humanidad enteras. Y Galilea, su mar grande -Genesaret, Tiberíades- es la imagen por excelencia de la Iglesia, sacramento de Jesucristo: «Echad la red y encontraréis».
¿Por qué la fe en la Resurrección apenas suscita entusiasmo y fuerza de cambio en nuestra vida real y cotidiana?
Sólo el Espíritu puede suscitar la confesión creyente.
«Nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’, sino en el Espíritu» 1 Cor 12, 3.
Del Espíritu depende el cumplimiento de la misión».