Lecturas: Hechos 9, 26-31 – Juan 3, 18-24 – Juan 15, 1-8
En estos domingos de pascua la Palabra es una buena catequesis sobre nuestra identidad cristiana y un respiro para nuestra autoestima, de lo que somos y de lo que hacemos y podemos llegar a ser (o frustrarnos).
El domingo pasado escuchamos lo que jamás el hombre se hubiera atrevido a sospechar y que nos afecta: ¡somos hijos de Dios!
Uno, lógicamente, lo menos que puede hacer frente esta afirmación, es dudar, si es que ha oído bien. Uno, lógicamente, puede preguntarse de qué va esto: uno puede llamar Padre – madre en reconocimiento por los cuidados y favores vitales recibidos de él, padre adoptivo o natural.
Si la pregunta es audaz, la respuesta la supera: el hombre puede llamarle a boca llena y de verdad ¡Padre! La tradición cristiana ha recogido de Jesús esta palabra que denota más amor. ¿Y esto es práctico para la vida?
Esto garantiza la dignidad sagrada de cada hombre, el respeto, la solidaridad… Esta fe crea vida en quien la vive y en los demás.
El evangelio de hoy es una alegoría que trata de explicar esta realidad nuclear del hombre amado de Dios, de su riqueza interior. -¿Cómo se lo diré?-
1. “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos”
Al sarmiento le corre por dentro la savia que le viene de la cepa: nos corre por el cuerpo la misma savia que le corre a Jesús: podemos llamarle a Dios como Él le llamaba: ¡Padre! Confiar en Dios, como él confiaba: esto le hacía libre. Dar los frutos que él daba.
Así Cristo no sólo es fuente de inspiración, un modelo a imitar desde fuera por su palabra escuchada e imitada, sino fuente de inspiración, impulso interior, porque nos ha regalado su propia alma, su espíritu, algo así como si tuviéramos sus propios genes. Moral autónoma, no de fuera hacia adentro, sino de dentro… No olvidemos que el don más precioso que Jesús nos ha regalado es su Espíritu de hijo, su propia alma.
- Ahora se entienden aquellas palabras suyas que parecían tan exageradas: ser perfectos… “sed hombres y mujeres de verdad; amaos como yo os he amado; devolved bien por mal; amad también a vuestros enemigos… así seréis perfectos como…”
- Por eso el cristianismo, antes que ascetismo o ética o compromiso, es una mística; antes que un imperativo (“tienes que”, “haz esto” o “no lo hagas”) es un indicativo: eres un ser muy valiosos (tienes muchos valores a desarrollar).
2. Todo hombre es valioso
Si no a los ojos de los hombres, que juzgan por apariencias, sí a los ojos de Dios. Sólo desde esta fe en el hombre, como creatura de Dios, tiene consistencia y fuerza y gozo el compromiso. Sin esto entiendo todos los cansancios; y me explico que a no pocos el cristianismo les resulte más un peso que una suerte algo así como peso es la convivencia matrimonial sin mística de pareja (sin amor).
En esta alegoría de la vid hay una advertencia importante: sin mí nada podéis; no daréis fruto. Seréis como ramas de un frutal a quienes no llega la savia se secan. El cristiano que ha perdido la sustancia es como un miembro del cuerpo a quien no le llega la irrigación de la sangre.
3. Otro detalle importante: la poda
- Por aquí andan muchas cosas de las que llamamos renuncias que no estamos dispuestos a renunciar. Las renuncias han de entenderse siempre como medio de crecimiento, exigidas o sugeridas en favor del crecimiento personal y social, de más vida: de más familia, de más hombre o más mujer, de más solidaridad, de un ciudadano más honesto.
- La poda es un tema muy sugerente: cuántas cosas habría que podar en la Iglesia, la familia, el partido, en las parroquias y comunidades religiosas, en el Vaticano, en nuestra propia vida. La crisis nos ayudará a la poda.
4. Volviendo a la vid y los sarmientos
- ¿Qué frutos damos: buenos, malos, abundantes, escasos…? ¿Qué tipo de gobernantes, de ciudadanos, de médicos… ¿qué tipo de curas, de cristianos somos? ¿Algo que sanar o que podar?
- Por los frutos sabremos y sabrán qué espíritu nos anima. También a nuestras parroquias.
- Vuelvo a recordar que el hombre, hasta el más roto, puede llamarle confiadamente a Dios ¡Padre!, aunque esté en un doloroso e incomprensible viernes santo.